
“Acervo”
«Quien nunca tuvo bragas, hasta las costuras le hacen llagas”
Adagio
Siempre se rompe la cuerda por la parte más floja. Con la destitución del técnico de turno se ocultan situaciones, que no son imputables al mandamás del grupo. Se buscan culpables por doquier o se reparten responsabilidades entre técnicos, jugadores y directivos. “Al que le caiga el guante que se lo plante…”, aunque cuando las miradas apuntan a la dirigencia, ésta se sacude y entra en juego el famoso “voto de apoyo”, que a la postre no es sino envainar el machete y tenerlo presto para propinar la puñalada trapera.
Sucede en nuestro medio y en otros lares, cuando los grupos de trabajo son heterogéneos o sus integrantes responden a variables poco afines, ya sea en aspectos técnicos, tácticos o motivacionales. Peor aun cuando el enemigo está en casa.
Cierto es que “cuando llegan las justificaciones desaparecen los incapaces” y en fútbol los indicadores claros y elocuentes son los resultados. No se puede maquillar mucho tiempo lo que se mueve entre bastidores, tampoco las conductas dictatoriales o “chulescas” en los camerinos. Tarde o temprano -más bien antes que después- se refleja en la cancha: el equipo es un fiel reflejo de la personalidad del entrenador; si bien al aficionado le sorprende que la curva de rendimiento decrezca sorpresiva y paulatinamente.
A lo anterior hay que añadir “la intriga”, que responde a la conducta de “aláteres” que pululan entre bastidores y no ocultan su acervo; o lo que es peor, muestra la carencia de bienes morales o culturales; no en vano ese “arlequín” es considerado como “la oreja” de los jerarcas y justifica el despilfarro de su salario de forma tan vergonzosa como indigna.
Un día, aquella señora, en medio del salón, arrodillada en el suelo, restregaba baldosas, pretendiendo obtener un brillo que sólo años atrás existió. Todos los que estaban en la sala de espera la ponían atención y se compadecían de ella. De pronto alguien fue llamado y tenía que atravesar la sala, pero la limpiadora no le abría pasillo. Finalmente cruzó, mal que bien, de puntillas; no tardando en recibir una sarta de insultos, que retrataron de cuerpo entero a la miscelánea. “Por la caridad entra la peste”, dijo alguien.
No se trata de ser humilde o haber nacido en “cuna de oro”. Principios, cultura y dignidad son acordes a la genética. Es absurdo esperar respeto de quien carece de valores.
“Dile a Pedro para que entienda Juan…”